Los Patriarcas eran la voz misma de los dioses, paragones de la rectitud. El que uno de ellos engendrase a un hijo como Mishka sería considerado, en el mejor de los casos, un mal augurio. Sin embargo, en estos tiempos oscuros y ominosos, tal progenie pondría en duda la pureza del Patriarca en cuestión. Zhota supuso entonces que esa fue la razón por la cual el divino líder ordenó que su hijo fuera pasado a cuchillo. Sólo gracias a la labor de su madre y de algunos sirvientes leales, Mishka logró escapar de su destino en Ivgorod y llegó al profundo corazón de la Gorgorra.

Cuando Zhota terminó de hablar, Akyev le observó durante un buen rato sin discutir o cuestionar la historia. —Únicamente escuchaste las mentiras del demonio. —Dijo al fin.

—Es difícil de comprender, lo sé, pero considero que él es inocente.

¿Consideras? ¿Jurarías por tu honor como miembro de nuestra orden que tal cosa es verdad?

—Sí, —respondió Zhota con voz carente de convicción.

Akyev bajó la cabeza y respiró profundo. —Entonces me equivoqué…

—Tal como dijo maestro, nada en la Gorgorra es…

Akyev interrumpió las palabras de Zhota con una patada de giro al esternón, que expulsó el aire de los pulmones de su otrora pupilo.

El mundo se tornó negro y repiquetearon campanas en su cabeza. Entre el estruendo podía escuchar a Mishka gritando. Cuando regresó su visión, Zhota vio a Akyev erguido de manera imponente, sosteniendo al niño por el cabello.

—Me equivoqué contigo, —escupió Akyev. —¿Cómo pudiste salirte del camino así? ¡Fue un Patriarca quien me informó del demonio y sus engaños! ¿Quién eres tú para cuestionarle?

Zhota plantó su bastón en el suelo y se incorporó trabajosamente mientras las palabras del Inquebrantable lo golpeaban. Uno de los Patriarcas le ordenó hacer esto. ¿Acaso los otros ocho no tenían cabida en la misión?

—Mata a la criatura —ordenó el Inquebrantable— y tus transgresiones serán perdonadas.

El deseo de obedecer era opresivo. Zhota había vivido bajo las enseñanzas de su maestro durante tanto tiempo que desafiarlas casi le provocaba malestar físico. Sin embargo, una voz en su interior le susurraba que hiciera precisamente eso. Era una intuición, un destello de comprensión, como aquellos que Akyev siempre le dijo que silenciara durante sus años de entrenamiento. Iba contra todo lo que había aprendido que era lo correcto, pero, de modo inexplicable, brillaba con la luz de la verdad.

—No… él no es… —Zhota respiraba con dificultad.

Su maestro suspiró. —Albergaba esperanzas de que serías fuerte, de que te sobrepondrías a tus debilidades, pero aún eres un niño. Yo soy el único culpable de tus fracasos.

—Como dijo, maestro, los dioses se encuentran intranquilos. —Zhota se preparó para la blasfemia que estaba a punto de decir. —Al Patriarca que lo envió ya no le importa el equilibrio, el demonio que busca, si es que existe, aún anda suelto.

Akyev clavó una rodilla en el estómago de Zhota y éste se colapsó. Al mirar hacia arriba, vio la mano libre de su maestro trazar un fugaz movimiento. Zhota sintió dolor en su frente, algo tibio y húmedo corrió sobre sus ojos y su nariz. Cuando Akyev retiró la mano y tiró al suelo un trozo ensangrentado, Zhota cayó en la cuenta de que era la piel donde tenía tatuados los círculos del orden y del caos.

—¡No tienes derecho de portar esos símbolos divinos! No eres un monje… no. Regresa de inmediato al monasterio y espera mi regreso. Tu sacrilegio será expuesto ante el Patriarca.

El Inquebrantable se alejó, arrastrando a Mishka detrás de él. Zhota se levantó, luchando contra la vergüenza. Las lecciones y los fracasos inscritos en su bastón parecían quemarle las manos cada vez que los tocaba.

Furia… furia por todas las ocasiones en las que Akyev le había vencido, todas las veces que Zhota quiso creer en sí mismo pero el Inquebrantable se limitó a denigrarle; furia que surcó sus venas cual fuego.

Zhota cargó contra Akyev y golpeó el costado del cuello de su maestro con su bo. El impacto provocó que los brazos del joven monje temblaran como si hubiese golpeado granito sólido. Su bastón se combó y una larga cuarteadura apareció por el largo del arma.

Akyev trastabilló de manera casi imperceptible, pero fue suficiente como para que Mishka pudiera soltarse.

—¡Escóndete como dijo tu madre! —Gritó Zhota. —¡Sal sólo cuando escuches su canción! —Mishka corrió dando traspiés mientras se internaba en el bosque. Zhota sabía que no llegaría lejos él solo.

Pero Akyev mordió el anzuelo, desenvainó su cimitarra y avanzó hacia su otrora pupilo. La hoja emitía un brillo apagado en la penumbra del bosque. Zhota descargó su bastón contra el pecho del Inquebrantable, pero éste detuvo el embate con facilidad y luego trazó un fugaz arco bajo con su espada. Zhota apoyó un pie en el árbol que se encontraba detrás de él y saltó sobre el viejo monje y su ataque.

La hoja del Inquebrantable rebanó limpiamente el tronco del árbol y el enorme pino comenzó a desplomarse en dirección a la bestia de carga. El animal bufó y avanzó pesadamente cuando las ramas del árbol le rasguñaron el lomo, arrancándole las alforjas. Zhota hizo una mueca al momento en que el pino chocó contra el suelo al son de un estruendo.

Las pertenencias de Akyev se regaron en todas direcciones. Al rasgarse la alforja de mayor tamaño, algo rodó sobre un lecho de sal y hierbas. Estaba pálido, en descomposición, con mechones de cabello negro ralo y delgado.

La cabeza de una mujer con la boca abierta en un grito silencioso.

Todas las piezas encajaron en su sitio: la caravana masacrada, el cuerpo decapitado, el demonio.

Zhota miró a Akyev sin querer creer lo que veía. Su maestro era muchas cosas —quizá el más cruel y severo de los monjes— pero nunca pasó por su mente que pudiera ser un asesino.

Tampoco podía imaginar que los Patriarcas aprobarían la masacre de una caravana bajo ninguna circunstancia. No, todo estaba mal. Era evidente que el padre de Mishka era uno de los Patriarcas del caos y actuaba sin el consentimiento de los demás regentes. Quizá por eso eligió a Akyev, un hombre que obedecería sin cuestionar lo que se le ordenase.

Akyev ni siquiera miró la cabeza. Su cimitarra mordió profundamente el bíceps izquierdo de Zhota con un golpe preciso que cercenó los músculos y el brazo del joven monje se tornó laxo. Éste retrocedió trastabillando antes de recuperarse.

Zhota esgrimió su bastón con una mano y atacó la cabeza de Akyev a modo de finta, para después patear el estómago del Inquebrantable. Akyev lo agarró del tobillo y lo proyectó contra el árbol caído.

Antes de que Zhota pudiera apartarse, su maestro saltó hacia el frente y descargó su cimitarra. Zhota desvió el golpe con su bastón, pero de súbito sintió gran impotencia ante la leyenda que enfrentaba. Su mente estaba llena de dudas, al igual que durante sus días de entrenamiento. La espada desgajó su bo, pero la maniobra defensiva fue suficiente para desviar el ataque del viejo monje. La cimitarra de Akyev acarició diagonalmente el pecho de Zhota, dejando una herida superficial.

Zhota intentó incorporarse usando su brazo sano, pero se desplomó por el dolor y la derrota.

—Luchaste tal como esperaba, sin gracia ni determinación, —declaró Akyev.

—Sabe que el niño no es un demonio, maestro,—logró decir Zhota.

—Sé lo que me dijo el Patriarca, no lo cuestiono.

—La caravana… usted mató a esa gente.

—Cumplí con mi deber.

—¿Fue necesario contratar hombres sin dioses? ¿El asesinato de inocentes?

—Los bandoleros sirvieron como herramientas, así como yo soy instrumento de los divinos. Los habría enviado a los dioses para que les juzgaran si me hubiesen entregado al demonio. Los demás protegieron a la criatura. Cuando pregunté hacia donde huyó, maldijeron a los Patriarcas. Los viajeros murieron como los perros que eran.

Akyev hizo un gesto en dirección a la cabeza cercenada. —Eso pertenece a la demonio, lo tomé como prueba de su muerte. Ella era esclava del niño demonio, una prostituta que la criatura enviaba a las aldeas para atraer nuevas víctimas.

—Mentira, —dijo Zhota. —Su padre, el Patriarca, se ha convertido en homicida porque tiene miedo. Cree que los plebeyos lo considerarían corrupto, e incluso que se levantarían en su contra, si se enteran de que engendró a un niño deforme. Ha abandonado el equilibrio a favor de sus propios fines.

—Nunca entenderás lo que significa el deber, —replicó Akyev. —Condenas mis actos con la perspectiva de un corazón humano cuando éstos los dictaron los dioses. Eres menos que un hereje, no más que una mancha en mi honor y en nuestra orden. Te enviaré a los dioses para que te juzguen.

—Usted sabe que sólo es un niño, ¿no? Sin embargo, elige ignorar la verdad, —dijo Zhota mientras el Inquebrantable alzaba su cimitarra. Hubo un fugaz destello de incertidumbre en los ojos de su maestro.

No obstante, Akyev descargó el golpe. La velocidad del tiempo pareció disminuír mientras el acero descendía. Con claridad súbita, Zhota cayó en la cuenta de que no era él quien se tambaleaba, sino Akyev. En su debilidad, el Inquebrantable se había doblado ante el incipiente caos y cerrado los ojos ante la verdad.

Zhota oró a los dioses silenciosos que le rodeaban para que le concedieran fuerza. Si quedaba inocencia alguna en la Gorgorra, sabía que era Mishka. Zhota se concentró en este pensamiento, recordándose que actuaba según los principios del equilibrio. Silenció el miedo y el dolor, concentrándose en la superficie de su palma derecha, fortaleciéndola con su voluntad mientras la alzaba para detener la hoja.

La cimitarra del Inquebrantable chocó contra su mano. El peso de la espada era como el de una montaña entera queriendo aplastarle, pero su filo no penetró la piel de Zhota. No se doblaría como Akyev, no se quebraría.

—Sólo es un niño, —gruñó Zhota entre dientes mientras sus dedos se prensaban en torno a la espada. —¡Aún puede hacer lo correcto!

—¡Silencio! —Gritó el viejo monje. Sudor perlaba su frente mientras intentaba arrancar su cimitarra del agarre de Zhota. Al descubrir que eso era imposible, el Inquebrantable se inclinó hacia adelante, presionando el acero contra la mano de su otrora pupilo.

No me doblaré, no me quebraré.

Zhota dejó escapar un rugido salvaje y giró la muñeca. El arma de Akyev se partió cual madera seca y el viejo monje se fue de bruces con la súbita descarga de tensión. Zhota dio vuelta a la hoja y descargó una tajada vertical, un corte tan limpio que la cabeza de Akyev permaneció sobre sus hombros hasta que su cuerpo chocó contra el suelo.

Inquebrantable

Monje

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